Borges, autor de la obra completa de Oscar Wilde
Borges no solo escribió la más lúcida literatura en castellano desde que Cervantes concluyó el Quijote, sino que escribió todo: escribió la obra de sus precursores y de sus contemporáneos. E insinuó la que podrían haber escrito sus continuadores de haberlos tenido. Pero no los tuvo, porque los artistas geniales son terribles y nadie, salvo otro genio deslumbrante (que rara vez aparece), puede arar en esa tierra.
A los 9 años Borges realizó su primera obra documentada: la traducción al castellano de El príncipe feliz, de Oscar Wilde. En 1908 Wilde era un contemporáneo, pero de mala fama. Fue en ese mismo año que la comisión de censura porteña prohibió la representación de Salomé por inmoral: “es el fruto de una mente enferma, que ha caído en la abyección de una conducta indecente”.
Tenemos ahí una escena inicial: Borges traductor de Wilde, el escritor condenado. Esa escena no solo está cronológicamente al comienzo de la producción literaria borgeana sino que funda la forma en que Borges va a entender toda la literatura: como una máquina de destrucción de las ideas establecidas y a la vez como un juego lingüístico, más parecido a las matemáticas que a las efusiones sentimentales. Es decir, recurre al mecanismo Wilde: hacer de la frase (brillante, elegante, única) un bisturí que disecciona el mundo y de esa forma crea otro mundo.
Borges va a comprender desde su primer libro “propio” (Fervor de Buenos Aires) -y va a sostenerlo hasta su último escrito- que leer y escribir son parte de un mismo proceso, y que todas las operaciones que se puedan realizar en ese intercambio (citar, traducir, plagiar, etc.) son formas igualmente válidas de producir una obra. No hay obra “propia” más que apropiándose de la obra de “otro”. Además, Borges va a descubrir, ya a partir de Fervor de Buenos Aires, que el centro de una cultura esteriliza: lo consagrado no permite pensar nada nuevo. Es desde el margen, desde la experimentación, desde el error incluso, que se puede hacer una obra que valga la pena.
Sobre el tema del margen, de la traducción y del plagio, Borges seguirá reflexionando a lo largo de toda su obra. En especial, en el texto que él consideraba su primer cuento: “Pierre Menard, autor del Quijote”. Allí, como en una figura anamórfica, nos muestra -escondiéndolo- su proyecto: hacer su propia obra reescribiendo lo más literalmente posible la de otros. Comenzó con la más afín: la de Oscar Wilde. Durante medio siglo no hizo otra cosa que citarlo, traducirlo, extrapolarlo, adaptarlo.
El proyecto era infinito. Borges intuyó desde el inicio (como intuyó Menard) que además era imposible. Menard aprendió castellano para escribir el Quijote en su lengua “original”. Borges se propuso dar un paso más: traducir a Wilde al castellano.
Hablando como Wilde Borges descubrió su propia voz. En ese proceso aprendió cómo trasmutar el oro inglés de las frases de Wilde en el oro castellano de las frases borgeanas. Fue así que supo que al fin había logrado ser el escritor que soñaba ser (y que ya era desde niño, aunque no lo sabía por entonces): el traductor (de Wilde).