Los dioses no quieren escuelas de negocios
Al principio, cuando los hombres ponían nombre a las cosas, escuchaban el consejo de los dioses. Y los dioses sugerían nombres que encerraban la esencia de las cosas nombradas. Hoy los mortales por lo general ya no escuchamos los consejos divinos, por eso los nombres que ponemos ya no designan la esencia si no, en el mejor de los casos, su apariencia externa. Apostaría que el equipo de la universidad de Stanford no escuchó el susurro de los dioses cuando bautizaron ratón al mouse. Pero antes no era así. Por eso la etimología de las palabras –de las palabras viejas– no es sólo ilustrativa. Es normativa. No sólo dice lo que la cosa era en su origen, sino lo que los dioses quieren que las cosas sean. Los siglos pasaron y las palabras se gastaron, pero en su interior más profundo siguen guardando, como en un ADN inmutable, su verdadera esencia. Como no podía ser de otra manera, la misma etimología de etimología lo atestigua. Etimología está compuesta de dos palabras griegas: ἔτυμον (étymon): “verdadero, real” y -λόγος (-logos): “sentido, estudio”. La etimología es el estudio de la realidad, de lo que las cosas realmente son. Por eso deberían estudiarse las etimologías en las escuelas. Y si alguien no está de acuerdo, que estudie la etimología de escuela. Escuela, también del griego, viene de σχολή (skholḗ), que significa ocio. Ocio no es no hacer nada. Eso es vagancia. Es no hacer nada útil.
El ocio, para los griegos, era dedicar tiempo a cosas completamente inútiles, a cosas que no servían para nada. Y era lo que más nos dignificaba como seres humanos. Porque los griegos sabían que lo que no sirve para nada, no sirve a nada, no sirve a nadie. Y por lo tanto vale en sí mismo. Lo que sirve, vale mientras sirva. Como la batería del celular. Lo que no sirve, si vale, vale siempre. Como la amistad. Es cierto que hay cosas que no sirven y no valen: son las que pretenden ser útiles, pero no lo son: como estudiarse de memoria todos los afluentes del Amazonas. Pero hay otras que no sirven y valen. Son aquellas que cultivan el espíritu: como leer los clásicos, aprender música, o estudiar las etimologías. Las escuelas, deberían preocuparse menos por enseñar cosas que sirvan y más por enseñar cosas inútiles, pero valiosas. ¡Ay de aquellas escuelas que reemplazaron en su currícula la lectura del Quijote por un curso de Excel! La escuela es el lugar del ocio. Ocio, en latín, se dice otium. La negación del ocio es el neg-otium, el negocio. Por eso, no hay nada más contradictorio que una escuela de negocios. Baikal nunca va a tener una escuela de negocios. Porque en Baikal, se obedece a los dioses.